Durante el bicentenario, había un desconocimiento en general
del cuerpo humano, el mismo que existía sobre maternidad, el embarazo, el
alumbramiento, nada que ver con la actualidad, siglos atrás, la muerte tras el
parto era el pan de cada día, la mujer estaba relegada a un papel bastante
secundario, esposa y madre eran sus principales misiones.
Ser madre, aunque algo natural, venía cargado de peligros
debido al desconocimiento de todo el proceso, desde la concepción hasta el
alumbramiento. El primer misterio consistía en saber si una mujer estaba
encinta. La falta de la menstruación, a veces no era suficiente prueba. Según
los médicos, un cambio en la coloración
de la orina hacia un color más rojizo eran señal de embarazo. También el
oscurecimiento de los ojos de la mujer. Otro método consistía en meter un ajo
debajo de la almohada, si la mujer al levantarse no tenía aliento del mismo,
era señal de que estaba esperando un niño. Sería el paso del tiempo el único
que corroboraría el estado al 100% … Por otra parte cabe decir que algunas
mujeres que no podían quedar embarazadas recurrían a pócimas y brebajes. Las
recomendaciones de los médicos era el reposo después del acto sexual para
facilitar la concepción.
Una vez la mujer estaba embarazada, el mayor temor era la
posibilidad de abortar, las recomendaciones para evitarlo eran, no practicar el
coito, evitar caídas y golpes y no tomar medicinas laxantes. Una vez constatado
el estado de buena esperanza, una preocupación más, era conocer el sexo del
bebé. De aquí nacían otra serie de teorías y supersticiones. Si el bebé era de
sexo masculino, la mujer se sentía más ligera, con mayor apetito, se le movía
más el ojo derecho, así mismo le crecía más el pecho derecho y también la
mejilla derecha que se hinchaba, y además, paría antes. Por el contrario, si
venía una niña el embarazo era más molesto y las piernas se hinchaban. La
preferencia era siempre la de un varón, dado que las niñas eran discriminadas
desde la infancia. Una niña era un desilusión e incluso se la amamantaba menos
tiempo que a los varones.
La salud del bebé y como se gestaba, también era motivo de
temores. Se decía por ejemplo que si el niño era engendrado durante la
menstruación, nacería débil y tendría en
el futuro temibles enfermedades. Cuando se acercaba la hora del parto, la mujer
solía rezar, poner velas en casa o portar talismanes. En el parto siempre
ayudaba una comadrona, llamada de aquella partera. El alumbramiento normalmente
se daba en el hogar de la parturienta. Las familias más acomodadas preparaban
una estancia para ello. Los nobles utilizaban la habitación conyugal y la
solían adornar con flores u objetos, telas, tapices… En el caso de las menos
adineradas, también se daba a luz en el hogar, o incluso en el campo, pues
muchas es donde trabajaban y lo hacían hasta el último minuto, pariendo allí.